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8. Quino eterno.

Hoy Quino se ha ido; no solo dejando a Mafalda huérfana. A mí también un poco.   Cuando más hace falta su firme determinación, su espíritu crítico, su inocencia y su voz resonando frente al dolor y las injusticias. Su legado y su compromiso perdurarán más allá de los tiempos y de las gentes. Pibe, espero que en el cielo encuentres papel y bolígrafos. Ad astra.
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7. Me cuento cuentos.

Hoy se cumplen 120 años del nacimiento de Antoine de Saint-Exupéry.  Con 7 años decidí que mi vida de lectora de cuentos había llegado a su fin. Las historias de príncipes, princesas, malvadas madrastras y bosques animados suponían un no rotundo. Mi obstinación, que ya apuntaba maneras, se dio de bruces con la primera novela de aventuras que mi padre me compró, tras unos cuantos chantajes por mi parte: 20.000 leguas de viaje submarino.  Porque en aquel bautizo por inmersión lectora, la única que hizo aguas fui yo. Para mejorar la decepción de aquel estreno, mi padre camufló su siguiente regalo como ¿novela juvenil?: El principito. Yo miraba el librito de reojo, entre el título y tanta ilustración me sonaba a cuento y el que mi padre quería hacerme tragar a chino, además.  Y así estuvimos, manteniéndonos la mirada durante bastante tiempo y guardando las distancias. Pero todo tiene un momento perfecto, y el mío acabó llegando años más tarde, marcando un antes y u

6. Pequeño vals vienés.

Hace unas noches, comentaba con Alberto que, a través de la poesía palpitamos, nos reconocemos, manifestamos y definimos, sin necesidad de larguísimas declaraciones.  Basta un soneto para contener una vida entera, para explicarnos el mundo y también para hacer que nos olvidemos de él. Entonces me di cuenta que durante este tiempo de ruido y silencio, había olvidado que también es bálsamo. Con el fin de semana por delante, rebusqué por la estantería, y me encontré con Bécquer, también aparecieron Miguel Hernández, Sor Juana Inés de la Cruz, Alejandra Pizarnik, Pedro Salinas y varias antologías poéticas que tomaron cuerpo entre mis manos y llenaron de alma las horas del sábado. En mi deambular lírico no di con el poemario de Lorca, no recuerdo si lo presté o no, pero se me hizo irresistible no volver a Poeta en Nueva York, ni latir con su verso libre. Internet al rescate. Como cada vez que entro a la red, a la conquista, con ánimo de exploradora, aguijoneando Google en

5. Lunes.

Durante mucho tiempo mi actividad favorita del domingo por la tarde era no hacer ningún plan, para poder concentrarme en dedicar las últimas horas del fin de semana a la depresión presemanal. Mi propósito era preparar cuerpo y mente para sintonizar con el lunes venidero que, por definición, desde mi época preescolar, vagabundeaba entre el malhumor, el quejido y la esclavitud estudiantil. Con el mismo ánimo, empezaba la semana, que no veía enderezarse hasta completado el martes. A mi juicio, era absolutamente de dementes, salir con la sonrisa puesta, como cantaba Tequila, (siempre estuve convencida que se refería al sábado o como mucho al viernes) y, si encima se trataba del lunes, creía que la cosa era digna de convertirse en el proyecto de algún lobotomizador profesional. Los lunes molones eran los padres. No sé si ha sido efecto de la vida adulta pero, el caso es que desprevenidamente se manifiestan. Tan reales como necesarios son los lunes molones. Llegan vestidos de pri

4. Sospechosos habituales.

Nunca he sido de empezar el año haciendo una lista de propósitos, solo pensar en ello me daba una pereza absoluta, pero el 2020 llegó con ánimo de llevarme la contraria. Hoy, en mi zona, desescalamos a la fase 1 y, no sé qué alien habita en mí, pero llevo días, semanas y prácticamente los dos meses de confinamiento, confeccionando un catálogo de actividades, que sería la envidia del mejor resort, ciudad de vacaciones. Reencuentros previstos con tanto anhelo y anticipación, que he ido perfilando todos los detalles que la imaginación y las ganas me han permitido. Cuando empecé a diseñar cuáles serían los escenarios y los protagonistas de mi periplo desescalador, sin darme cuenta, comencé a fijarme más en la gente con la que me cruzaba en las escapadas maratonianas a la compra.  La visión de todos vestidos de incógnito en esta nueva normalidad, blindados con guantes y mascarillas, actuando nerviosa y torpemente, casi con ademán sospechoso, vino a desenmascar un genio delir

3. Rialto, 11.

Yo tenía una librería en Sevilla.  Así comienza Rialto, 11 . Presagio de un final que como en el caso de Dinesen anuncia   unas maravillosas memorias. Belén Rubiano, de una manera confiada, cálida y cercana, como si nosotros fuésemos aquellos amigos que la visitaban todas las semanas en Rialto nos invita a prepararnos café y con música de fondo, adentrarnos en este territorio de libros, libreros y librerías.  Anécdota tras anécdota, la autora peregrina entre el anhelo y la añoranza por aquello que un día soñó, existió y ya no es.  Sin poder evitarlo, relacionas tu itinerario con el suyo para reconocer, como ella misma dice, que todo lo importante acaba siempre de repente y, quedar, por fin, amigablemente en paz con los recuerdos propios. Me gusta imaginar que así, como un día fue el Rialto, 11 de Belén, es como tiene que ser el cielo. 

2. Melancolía.

La melancolía es la felicidad de estar triste.- Victor Hugo La melancolía. Principio de despedida. Dejar paso a lo que ya no es.  Vivir la pérdida.